Álvaro Obregón había llegado al poder derramando sangre, unas veces de acuerdo con las reglas de la guerra, y muchas otras por pura ambición.
El 8 de Febrero de 1921 estallo una bomba en la puerta del Palacio Arzobispal. No hubo heridos; pero el gobierno no hizo nada para encontrar al culpable. Obregón dijo que el Arzobispo había provocado el incidente con su pastoral contra el Socialismo.
El 13 de Mayo de 1921, Taracena anota: Ciento cincuenta socialistas entraron por la fuerza a la Cámara de Diputados (en la Capital) gritando: “¡Viva la revolución rusa! ¡Viva la bandera rojinegra! ¡Viva el bolchevismo!”. Y entre ellos iban “unas veinte mujeres y no pocos niños, miembros de la Federación de Sindicatos Obreros del D.F.”
Y con fecha del 12 de Mayo de 1921: “Ayer un grupo de socialistas hizo ondear la bandera roja en una de las torres de la Catedral de Morelia, Michoacán, y hoy, la policía de aquella ciudad disuelve una manifestación católica de protesta, matando a cinco personas e hiriendo a otras muchas”
El 14 de noviembre de 1921 una bomba hizo explosión en el altar de la Basílica de Guadalupe, donde había sido colocada oculta entre un ramo de flores depositado a los pies de la milagrosa imagen de la Virgen de Guadalupe. La protesta de todo México fue clamorosa, pero el gobierno hizo correr el absurdo rumor de que la bomba había sido colocada por católicos para provocar una agitación, y mas adelante se supo que el culpable había sido un empleado de la Secretaria Particular de Obregón, que había entrado en la basílica acompañado de cincuenta soldados disfrazados de paisanos; Luego del primer momento de estupor, los fieles reaccionaron y se dirigieron hacia el grupo de obreros, dispuestos a linchar al culpable.
El mismo Obregón en persona mando llamar al presidente municipal de la Villa de Guadalupe para exigir protección para el malhechor sacrílego. Pronto se presento un camión con soldados, que se llevaron al criminal, y en eso acabo todo.
El bombardero fue llevado a las oficinas municipales, custodiado por la policía para evitar que los católicos se le fueran encima. Lo trasladaron en un camión militar. El atentado había sido ordenado por el sindicalista Luis N. Morones, un furibundo anticlerical. El terrorista era funcionario de la Secretaría Particular de la Presidencia de la República.
El 1 de Mayo de 1922 una chusma de socialistas armados asaltaron la casa de la A.C.J.M. (Asociación Católica de la Juventud Mexicana) en la Ciudad de México, sin que la policía prestara alguna protección a los agredidos, de suerte que los exaltados pudieron penetrar en la casa, desmantelándola por dentro y haciendo pedazos una imagen de Nuestra Señora de Guadalupe.
Durante dos años Obregón, como Presidente, no persiguió a la Iglesia abiertamente, principalmente porque todavía no había sido reconocido por los Estados Unidos, y comprendía la ventaja de causar la impresión de que había libertad religiosa, dejando de urgir por entonces las disposiciones persecutorias de la Constitución de 1917 (que en gran parte era obra de obregonistas). Los católicos, en efecto, llegaron a creer que seria tolerante, aunque en realidad el leopardo no había cambiado de piel, sino solo de métodos, que eran insidiosos y arteros, y solo a veces tiraba un zarpazo.
Los mexicanos tienen gusto por los monumentos, en lo cual no son una excepción los revolucionaros, como lo atestigua el Monumento a la Revolución, el costoso de Obregón y las innumerables estatuas de Juárez, Hidalgo y Morelos que hay en todo México. Los católicos mexicanos pensaron en erigir un monumento a Cristo Rey en la cumbre del Cerro del Cubilete, en el Estado de Guanajuato.
Su Excelencia Reverendísima Monseñor Ernesto Filippi, era Delegado Apostólico en México y llego a creer, a pesar de las molestias y perturbaciones arriba referidas, que el Presidente Obregón no era personalmente enemigo de la Iglesia, y hasta llego a decirlo públicamente. Desde luego algunas personas prominentes en el campo católico creían que el gobierno no pondría dificultades, principalmente porque el monumento iba a ser erigido en una propiedad privada y la admisión a la colocación de la primera piedra se haría mediante boletos.
El 11 de Febrero de 1923 Monseñor Filippi, bendijo y colocó la primera piedra del monumento nacional a Cristo Rey, con asistencia de 50,000 peregrinos de todo México en representación de los 15,000,000 de católicos de la Republica.
Como es sabido, en el articulo 24 de la Constitución se prohíben los actos de culto publico fuera del recito de los templos, y, si se toma en un sentido riguroso el texto de dicha prohibición, tal vez alguien acertaría a comprender que la colocación de la primera piedra del monumento en el Cubilete no estaba enteramente de acuerdo con lo que el mencionado articulo, de intención anticatólica, determina, a pesar de tratarse de una ceremonia en una propiedad particular.
De todos modos, una ocasión como esta era la que el gobierno estaba esperando para lanzar su ataque contra la Iglesia. ¡Nadie ha de violar los sagrados artículos de la sagrada Constitución! Clamor hipócrita, si se tienen en cuenta los antecedentes de Obregón.
El general Calles, Secretario de Gobernación, se envolvió en la blanca toga de la rectitud y definió que Monseñor Filippi había violado la sagrada Constitución. Obregón decreto que, si Monseñor Filippi había asistido a la ceremonia del Cubilete, había violado la sagrada Constitución y debía atenerse a las consecuencias: le concedió tres días para salir del país.
Un grupo de señoras católicas acudieron a Chapultepec pidiendo ver al Presidente; pero Obregón se negó a recibirlas. Los Obispos de México protestaron; el Cardenal Gasparri, Secretario de Estado de Su Santidad Pio XI, pidió una demora y en muchos lugares de la Republica hubo manifestaciones de protesta. Pero Calles repetía que la sagrada Constitución había sido violada y que el Delegado Apostólico tenía que salir. Entonces el Presidente Harding de E.U. y varios países de Centro y Sudamérica le ofrecieron hospitalidad al exiliado Monseñor.
Monseñor Filippi, en efecto, subió al tren en la estación de Lechería en las afueras de México; pero ya había resonado el grito de ¡Viva Cristo Rey! en la cima del Cubilete.
En el cerro de Chapultepec y en el Palacio Nacional Obregón y Calles, todavía amigos políticos, gruñían con diabólico furor: ¡No queremos que Ese reine sobre nosotros!
Cabeza, Corazón y parte de una Mano. Restos del primer monumento a Cristo Rey sobre el cerro del Cubilete mandado dinamitar por Álvaro Obregón Enero de 1928 |
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