Ad Anulum cordis:
Cordis et córporis mei, Dómine, dígitos virtúte décora, et septifórmis Spíritus sanctificatióne circúmda. Que tenga un anillo en el dedo, para que pueda decir por la voz de la esposa: "Nuestro Señor Jesucristo ha puesto el anillo como signo de alianza" No sólo deberá llevarlo como muestra de fidelidad, sino principalmente para demostrar que vela para dar a Cristo como único esposo, a las almas que le fueron encomendadas. Dice el apóstol: Yo os ligué a mi esposo para presentaros a Cristo como virgen pura. Lo utilizan Obispos y Arzobispos.
Es un anillo de metal precioso, con una gema, que se entrega a los obispos y abades mitrados, en la ceremonia de su consagración y bendición abacial, respectivamente. El anillo es conocido desde la antigüedad como signo de distinción y poder, con la finalidad, además, de sellar y autentificar los documentos emanados del poseedor; en este sentido hay que interpretar un texto de S. Agustín, más que como referencia al anillo pastoral litúrgico (Epíst. 217, 59). Al parecer se cita ya en tiempos de Bonifacio IV (610). Otros autores prefieren señalar como primer dato conocido las menciones que hacen S. Isidoro y el IV Concilio de Toledo (633). En esta época y en España, es seguro que el anillo pastoral forma ya parte de las insignias pontificales e incluso con alusiones a su procedencia y a su sentido espiritual: sello para los documentos secretos, signo de honor y símbolo de los desposorios místicos entre el obispo y su iglesia.
La mayoría de autores opina que de España pasó a las Galias, y de allí a Germania y por fin a Roma. En tiempos de Nicolás I (s. ix) su uso es ya universal entre los obispos. De finales de este siglo son conocidas algunas noticias acerca de la desposesión del anillo pastoral que se hacía a los obispos degradados de su Orden y oficio. En estos siglos se ha ido concediendo el anillo pastoral a los abades por privilegio extraordinario, cuando se les va permitiendo el uso de las insignias pontificales, aunque con oposición de los obispos; a principios del s. xi se concede, ya en general, a los abades; en el s. xv aparece en los rituales la bendición de un anillo pastoral abacial.
Con respecto a la materialidad del anillo pastoral, Inocencio III en el s. XII ordenó fuera de oro puro y con una piedra preciosa, pero sin inscripción. En los s. XV y XVI se llegaron a llevar hasta tres y cuatro anillos, aumentando así el sentido de honor y autoridad del prelado, pero con evidente pérdida de la expresión espiritual. Lo habitual ha sido el uso de un solo anillo. Su expresión espiritual, de autoridad y entrega en y a la Iglesia, quedó bien significada cuando el papa Paulo VI, al concluir el Concilio Vaticano II y como recuerdo del mismo, regaló un anillo de plata dorada, de sencillo diseño, con las imágenes de San Pedro y San Pablo, a cada uno de los Padres conciliares, como signo de pobreza, humildad y servicio, y de unión mutua y con la Cabeza en el ejercicio de la autoridad episcopal. El anillo pastoral significa además el don del Espíritu Santo y es, también, símbolo de soberanía y de la confirmación en la fe.
Sobre las piedras en el Anillo pastoral, los obispos gustan de la amatista y los cardenales del rubí o zafiro, pero no hay nada prescrito.
Y el famoso "anillo del Concilio" con que se obsequió a cada obispo asistente a esa magna asamblea, con el bonito fin de tener un souvenir con que substituir las bellezas que se ven arriba.
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