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Huixquilucan, México, a 23
de septiembre del 2013
Muy querido Papa
Francisco:
Me da mucho gusto tener
esta oportunidad para saludarte.
Seguramente no te
acordarás de mí y lo comprendo, pues, viendo a tanta gente cada día, debe ser
muy difícil para ti recordar a todas las personas con las que has dialogado y
convivido en algún momento de tu vida.
A lo largo de los últimos
12 años, coincidimos, tú y yo, varias veces, en algunas reuniones, encuentros y
congresos eclesiales que se llevaron a cabo en ciudades de Centro y Sudamérica
con distintos temas (comunicación, catequesis, educación), lo cual me dio la
oportunidad de convivir contigo durante varios días, durmiendo bajo el mismo
techo, compartiendo el mismo comedor y hasta la misma mesa de trabajo.
En aquel entonces, tú eras
el Arzobispo de Buenos Aires y yo era la directora de un importante medio de
comunicación católico. Ahora, tú eres nada más y nada menos que el Papa y yo
soy… sólo una madre de familia, cristiana, con un esposo muy bueno y nueve
hijos, que da clases de Matemáticas en la Universidad y que trata de colaborar
lo mejor que puede con la Iglesia, desde el lugar en que Dios le ha puesto.
De aquellas reuniones en
las que coincidimos hace ya varios años, recuerdo que en más de una ocasión te
dirigiste a mí diciéndome:
– “Niña, decime Jorge
Mario, que somos amigos”, a lo que yo respondía asustada:
– “De ninguna manera, Sr.
Cardenal! ¡Dios me libre de tutear a uno de sus príncipes en la Tierra!
Ahora, en cambio, sí me
atrevo a tutearte, pues ya no eres el Card. Bergoglio, sino el Papa, mi Papa,
el dulce Cristo en la tierra, a quien tengo la confianza de dirigirme como a mi
propio padre.
Me he decidido a
escribirte porque estoy sufriendo y necesito que me consueles.
Te explicaré lo que me
sucede, tratando de ser lo más breve posible. Sé que te gusta consolar a los
que sufren y ahora, yo soy uno de ellos.
Cuando te conocí por primera
vez, siendo el cardenal Bergoglio, y durante esas convivencias cercanas, me
llamaba la atención y me desconcertaba que nunca hacías las cosas como los
demás cardenales y obispos. Por poner algunos ejemplos: eras el único entre
ellos que no hacía la genuflexión frente al sagrario ni durante la
Consagración; si todos los obispos se presentaban con su sotana o traje talar,
porque así lo requerían las normas de la reunión, tú te presentabas con traje
de calle y alzacuellos. Si todos se sentaban en los lugares reservados para los
obispos y cardenales, tú dejabas vacío el sitio del cardenal Bergoglio y te
sentabas hasta atrás, diciendo “aquí estoy bien, así me siento más a gusto”. Si
los demás llegaban en un coche correspondiente a la dignidad de un obispo, tú
llegabas, más tarde que los demás, ajetreado y presuroso, contando en voz alta
tus encuentros en el transporte público que habías elegido para llegar a la
reunión.
Al ver esas cosas, ¡qué
vergüenza contártelo!, yo decía para mis adentros:
– “Uf… ¡qué ganas de
llamar la atención! ¿por qué no, si quiere ser de verdad humilde y sencillo,
mejor se comporta como los demás obispos para pasar desapercibido?”. (*)
Mis amigos argentinos que
también asistían a esas reuniones, notaban de alguna manera mi desconcierto, y
me decían:
“No – “No eres la única. A
todos nos desconcierta siempre, pues sabemos que tiene los criterios claros, ya
que en sus discursos formales muestra unas convicciones y certezas siempre
fieles al Magisterio y a la Tradición de la Iglesia; es un valiente y fiel
defensor de la recta doctrina. Pero… al parecer, le gusta caerle bien a todos y
estar bien con todos, así que puede un día decir un discurso en la TV en contra
del aborto y, al día siguiente, en la misma TV, aparecer bendiciendo a las
feministas pro-aborto en la Plaza de Mayo; puede decir un discurso maravilloso
contra los masones y, unas horas después, estar cenando y brindando con ellos en
el Club de Rotarios.” (*)
Mi querido Papa Francisco,
ése fue el Card. Bergoglio que conocí de cerca: un día charlando animadamente
con Mons. Duarte y Mons. Aguer acerca de la defensa de la vida y de la Liturgia
y, ese mismo día, en la cena, charlando, igual de animadamente, con Mons. Ysern
y Mons. Rosa Chávez acerca de las comunidades de base y las terribles barreras
que significan “las enseñanzas dogmáticas” de la Iglesia. Un día, amigo del
Card. Cipriani y del Card. Rodríguez Maradiaga, hablando de la ética
empresarial y en contra de las ideologías de la Nueva Era y, un rato después,
amigo de Casaldáliga y Boff hablando de lucha de clases y de “la riqueza” que
las técnicas orientales pueden aportar a la Iglesia. (*)
Con estos antecedentes,
comprenderás que abrí unos ojos enormes en el momento que escuché tu nombre
después del “Habemus Papam” y, desde ese momento (antes de que tú lo pidieras)
recé por ti y por mi querida Iglesia. Y no he dejado de hacerlo ni un solo día,
desde entonces.
Cuando te vi salir al balcón,
sin mitra y sin muceta, rompiendo el protocolo del saludo y la lectura del
texto en latín, buscando con ello diferenciarte del resto de los Papas de la
historia, dije sonriendo preocupada para mis adentros:
– “Sí, no cabe duda. Se
trata del cardenal Bergoglio”.
Durante los días que
siguieron a tu elección, me diste varias oportunidades para confirmar que eras
el mismo a quien yo había conocido de cerca, siempre buscando ser diferente,
pues pediste zapatos distintos, anillo distinto, cruz distinta, silla distinta
y hasta habitación y casa distinta al resto de los Papas, que siempre se habían
acomodado humildemente a lo ya existente, sin requerir de cosas “especiales”
para ellos.
En esos días estaba yo
tratando de recuperarme del dolor inmenso que sentía por la renuncia de mi
queridísimo y admiradísimo Papa Benedicto XVI, con quien me identifiqué desde
el inicio de manera extrema, por su claridad en sus enseñanzas (es el mejor
profesor del mundo), por su fidelidad a la Sagrada Liturgia, por su valentía en
defender la recta doctrina en medio de los enemigos de la Iglesia y por mil
cosas más que no enumeraré. Con él en el timón de la Barca de Pedro, yo sentía
que pisaba sobre tierra firme. Y con su renuncia, sentí que la tierra
desaparecía bajo mis pies, pero la entendí, pues realmente los vientos estaban
demasiado tempestuosos y el papado significaba algo demasiado rudo para sus
fuerzas disminuidas por la edad, en la terrible y violenta guerra cultural que
estaba librando.
Me sentía como abandonada
en medio de la guerra, en pleno terremoto, en lo más feroz de un huracán y fue
cuando llegaste tú a sustituirlo en el timón. ¡Tenemos capitán de nuevo, demos
gracias a Dios! Confié plenamente (sin ninguna duda de por medio) en que, con
la asistencia del Espíritu Santo, con la oración de todos los fieles, con el
peso de la responsabilidad, con la asesoría del equipo de trabajo en el
Vaticano y con la consciencia de estar siendo observado por todo el mundo, el
Papa Francisco dejaría atrás las cosas especiales y las ambivalencias del Card.
Bergoglio y tomaría de inmediato el mando del ejército, para, con fuerzas
renovadas, continuar los pasos en la lucha intensa que su predecesor venía
librando.
Pero, para mi sorpresa y
desconcierto, mi nuevo general, en lugar de tomar las armas al llegar, comenzó
su mandato utilizando el tiempo del Papa para telefonearle a su peluquero, a su
dentista, a su casero y a su periodiquero, atrayendo las miradas hacia su
propia persona y no hacia los asuntos relevantes del papado. (*)
Han pasado seis meses
desde entonces y reconozco, con cariño y emoción, que has hecho trillones de
cosas buenas. Me gustan mucho (muchísimo) tus discursos formales (a los
políticos, a los ginecólogos, a los comunicadores, en la Jornada de la Paz,
etcétera) y tus homilías en las Fiestas Solemnes, porque en ellas se nota una
minuciosa preparación y una profunda meditación de cada palabra empleada. Tus
palabras, en esos discursos y homilías, han sido un verdadero alimento para mi
espíritu. Me gusta mucho que la gente te quiera y te aplauda. ¡Eres mi Papa, el
Jefe Supremo de mi Iglesia, de la Iglesia de Cristo!
Sin embargo, y esta es la
razón de mi carta, debo decirte que también he sufrido (y sufro) con muchas de
tus palabras, porque has dicho cosas que las he sentido como estocadas en el
bajo vientre a mis intentos sinceros de fidelidad al Papa y al Magisterio.
Me siento triste, sí, pero
la mejor palabra para expresar mis sentimientos actuales es la perplejidad. No
sé, de verdad, qué debo hacer, no sé qué debo decir y qué callar, no sé hacia
dónde tirar ni hacia dónde aflojar. Necesito que me orientes, querido Papa
Francisco. De verdad estoy sufriendo, y mucho, por esa perplejidad que me tiene
inmóvil.
Mi grave problema es que
he dedicado gran parte de mi vida al estudio de la Sagrada Escritura, de la
Tradición y el Magisterio, con el objetivo de tener razones firmes para
defender mi fe. Y ahora, muchas de esas bases firmes resultan contradictorias
con lo que mi querido Papa hace y dice. Estoy perpleja, de verdad, y necesito
que me digas qué debo hacer.
Me explico con algunos
ejemplos:
No puedo aplaudirle a un
Papa que no hace la genuflexión frente al Sagrario ni en la Consagración como
lo marca el ritual de la Misa, pero tampoco puedo criticarlo, pues ¡Es el Papa!
Benedicto XVI nos pidió,
en la Redemptionis Sacramentum, que informáramos al obispo del lugar de las
infidelidades y abusos litúrgicos que viéramos. Pero… ¿debo informar al Papa, o
a quién, por encima de él, que el Papa no respeta la liturgia? ¿O al Papa no se
le reporta? No sé qué debo hacer. ¿Desobedezco las indicaciones de nuestro Papa
emérito?
No puedo sentirme feliz de
que hayas eliminado el uso de la patena y los reclinatorios para los
comulgantes; y menos me puede encantar que no bajes nunca a dar la comunión a
los fieles, que no te llames a ti mismo “el Papa” sino sólo “el obispo de
Roma”, que no uses ya el anillo de pescador, pero tampoco puedo quejarme, pues
¡eres el Papa! (*)
No puedo sentirme
orgullosa de que le hayas lavado los pies a una mujer musulmana en el Jueves
Santo, pues es una violación a las normas litúrgicas, pero no puedo decir ni
pío, pues ¡Eres el Papa, a quien respeto y le debo ser fiel! (*)
Me dolió terriblemente
cuando castigaste a los frailes franciscanos de la Inmaculada porque celebraban
la Misa en el rito antiguo, pues tenían el permiso expreso de tu predecesor en
la Summorum Pontificum. Y castigarlos, significa ir en contra de las enseñanzas
de los Papas anteriores. Pero ¿a quién le puedo contar mi dolor? ¡Eres el Papa! (*)
No supe qué pensar ni qué
decir, cuando te burlaste públicamente del grupo que te mandó un ramillete
espiritual, llamándoles “ésos que cuentan las oraciones”. Siendo el ramillete
espiritual una tradición hermosísima en la Iglesia, ¿qué debo pensar yo, si a
mi Papa no le gusta y se burla de quienes los ofrecen? (*)
Tengo mil amigos
“pro-vida” que, siendo católicos de primera, los derrumbaste hace unos días al
llamarles obsesionados y obsesivos. ¿Qué debo hacer yo? ¿Consolarlos,
suavizando falsamente tus palabras o herirlos más, repitiendo lo que tú dijiste
de ellos, por querer ser fiel al Papa y a sus enseñanzas?
En la JMJ llamaste a los
jóvenes a que “armaran lío en las calles”. La palabra “lío”, hasta donde yo sé,
es sinónimo de “desorden”, “caos”, “confusión”. ¿De verdad eso es lo que
quieres que armen los jóvenes cristianos en las calles? ¿No hay ya bastante
confusión y desorden como para incrementarlo?
Conozco a muchas mujeres
solteras mayores (solteronas), que son muy alegres, muy simpáticas y muy
generosas y que se sintieron verdaderas piltrafas cuando tú le dijiste a las
religiosas que no debían tener cara de solteronas. Hiciste sentir muy mal a mis
amigas y a mí me dolió en el alma por ellas, pues no tiene nada de malo haberse
quedado soltera y dedicar la vida a las buenas obras (de hecho, la soltería
viene especificada como una vocación en el Catecismo). ¿Qué les debo decir yo a
mis amigas “solteronas”? ¿Que el Papa no hablaba en serio (cosa que no puede
hacer un Papa) o mejor les digo que apoyo al Papa en que todas las solteronas
tienen cara de religiosas amargadas? (*)
Hace un par de semanas
dijiste que “éste, que estamos viviendo, es uno de los mejores tiempos de la
Iglesia”. ¿Cómo puede decir eso el Papa, cuando todos sabemos que hay millones
de jóvenes católicos viviendo en concubinato y otros tantos millones de
matrimonios católicos tomando anticonceptivos; cuando el divorcio es “nuestro
pan de cada día” y millones de madres católicas matan a sus hijos no nacidos
con la ayuda de médicos católicos; cuando hay millones de empresarios católicos
que no se guían por la doctrina social de la Iglesia, sino por la ambición y la
avaricia; cuando hay miles de sacerdotes que cometen abusos litúrgicos; cuando
hay cientos de millones de católicos que jamás han tenido un encuentro con
Cristo y no conocen ni lo más esencial de la doctrina; cuando la educación y
los gobiernos están en manos de la masonería y la economía mundial en manos del
sionismo? ¿Es éste el mejor tiempo de la Iglesia?
Cuando lo dijiste, querido
Papa, me aterré pensando si lo decías en serio. Si el capitán no está viendo el
iceberg que tenemos enfrente, es muy probable que nos estrellemos contra él.
¿Lo decías en serio porque así lo crees sinceramente o fue “sólo un decir”?
Muchos grandes
predicadores se han sentido desolados al saber que dijiste que ya no hay que
hablar más de los temas de los cuales la Iglesia ya ha hablado y que están
escritos en el Catecismo. Dime, querido Papa Francisco, ¿qué debemos hacer,
entonces, los cristianos que queremos ser fieles al Papa y también al
Magisterio y a la Tradición? ¿Dejamos de predicar aunque San Pablo nos haya
dicho que hay que hacerlo a tiempo y destiempo? ¿Acabamos con los predicadores
valientes, los forzamos a enmudecer, mientras apapachamos a los pecadores y con
dulzura les decimos que, si pueden y quieren, lean el Catecismo para que sepan
lo que la Iglesia dice?
Cada vez que hablas de
“los pastores con olor a oveja”, pienso en todos aquellos sacerdotes que se han
dejado contaminar por las cosas del mundo y que han perdido su aroma sacerdotal
para adquirir cierto olor a podredumbre. Yo no quiero pastores con olor a
oveja, sino ovejas que no huelen a estiércol porque su pastor las cuida y las
mantiene siempre limpias.
Hace unos días hablaste de
la vocación de Mateo con estas palabras: “Me impresiona el gesto de Mateo. Se
aferra a su dinero, como diciendo: ‘¡No, no a mí! No, ¡este dinero es mío!”. No
pude evitar comparar tus palabras con el Evangelio (Mt 9, 9), contra lo que el
mismo Mateo dice de su vocación: “Y saliendo Jesús de allí, vio a un hombre que
estaba sentado frente al telonio, el cual se llamaba Mateo, y le dijo: Sígueme.
Y éste se levantó y le siguió.”
No puedo ver en dónde está
el aferramiento al dinero (tampoco lo veo en el cuadro de Caravaggio). Veo dos
narraciones distintas y una exégesis equivocada. ¿A quién debo creer, al
Evangelio o al Papa, si quiero (como de verdad quiero) ser fiel al Evangelio y
al Papa?
Cuando hablaste de la
mujer que vive en concubinato después de un divorcio y un aborto, dijiste que
“ahora vive en paz”. Me pregunto: ¿Puede vivir en paz una mujer que está
voluntariamente alejada de la gracia de Dios?
Los Papas anteriores, desde
San Pedro hasta Benedicto XVI, han dicho que no es posible encontrar la paz
lejos de Dios, pero el Papa Francisco lo ha afirmado. ¿Qué debo apoyar, el
magisterio de siempre o esta novedad? ¿Debo afirmar, a partir de hoy, para ser
fiel al Papa, que la paz se puede encontrar en una vida de pecado?
Después, soltaste la
pregunta pero dejaste sin respuesta lo que debe hacer el confesor, como si
quisieras abrir la caja de Pandora, sabiendo que hay cientos de sacerdotes que,
equivocadamente, aconsejan seguir en concubinato. ¿Por qué mi Papa, mi querido
Papa, no nos dijo en pocas palabras lo que se debe aconsejar en casos como
éste, en lugar de abrir la duda en los corazones sinceros?
Conocí al cardenal
Bergoglio en plan casi familiar y soy testigo fiel de que es un hombre
inteligente, simpático, espontáneo, muy dicharachero y muy ocurrente. Pero, no
me gusta que la prensa esté publicando todos tus dichos y ocurrencias, porque
no eres un párroco de pueblo; no eres ya el arzobispo de Buenos Aires; ahora
eres ¡el Papa! y cada palabra que dices como Papa, adquiere valor de magisterio
ordinario para muchos de los que te leemos y escuchamos.
En fin, ya escribí
demasiado abusando de tu tiempo, mi buen Papa. Con los ejemplos que te he dado
(aunque hay muchos otros) creo que he dejado claro el dolor por la
incertidumbre y perplejidad que estoy viviendo.
Sólo tú puedes ayudarme.
Necesito un guía que ilumine mis pasos con base en lo que siempre ha dicho la
Iglesia, que hable con valentía y claridad, que no ofenda a quienes trabajamos
por ser fieles al mandato de Jesús; que le llame “al pan, pan y al vino, vino”,
‘pecado’ al pecado y ‘virtud’ a la virtud, aunque con ello arriesgue su
popularidad. Necesito de tu sabiduría, de tu firmeza y claridad. Te pido ayuda,
por favor, pues estoy sufriendo mucho.
Sé que Dios te ha dotado
de una inteligencia muy aguda, así que, tratando de consolarme a mí misma, he
podido imaginar que todo lo que haces y dices es parte de una estrategia para
desconcertar al enemigo, presentándote ante él con bandera blanca y logrando
así que baje la guardia. Pero me gustaría que nos compartieras tu estrategia a
los que luchamos de tu lado, pues, además de desconcertar al enemigo, también
nos estás desconcertando a nosotros y ya no sabemos hacia dónde está nuestro
cuartel y hacia dónde está el frente enemigo.
Te agradezco, una vez más,
todo lo bueno que has hecho y dicho en las fiestas grandes, cuando tus homilías
y discursos han sido hermosos, porque de verdad me han servido muchísimo. Tus
palabras me han animado e impulsado a amar más, a amar siempre, a amar mejor y
a enseñarle al mundo entero el rostro amoroso de Jesús.
Te mando un abrazo filial
muy cariñoso, mi querido Papa, con la seguridad de mis oraciones. Te pido
también las tuyas, por mí y por mi familia, de la cual te anexo una fotografía,
para que puedas rezar por nosotros, con caras y cuerpos conocidos.
Tu hija que te quiere y
reza todos los días por ti,
Lucrecia Rego de Planas
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¿Cuál es el verdadero
poder que conduce a la Roma actual?
Dijimos en artículo
anterior que la “progresía” conciliar neoconservadora, se encuentra pasando una
difícil situación. Decíamos que CUNDE LA DESESPERACIÓN. Eso y algo más. También
cunde el PÁNICO.
Son personas buenas; de
buenos sentimientos y que quieren querer a la Verdadera Iglesia. Se sienten
católicos y resuman un “paquete” doctrinal pasable… digamos. No hay porque ver
perversos por todas partes. Claro que hay muchos que yerran, pero eso es otra
cosa. Y con cuidado decimos esto; podemos cometer un yerro y habremos de
disculparnos luego de que ocurriera.
En fin. En esta CARTA una
señora que conoce a Bergoglio de otra época y en otras instancias eclesiales,
nos da detalles reveladores acerca de lo que ella pudo constatar acerca de
Jorge Mario.
Ella lo llama “Santo
Padre” “Mi Papa” y todas las lindezas propias de una mujer conciliar que cree
que Bergoglio es “su” Papa. Y parece honesta y no tenemos por qué no creerle.
En esta CARTA AL PAPA
constatamos lo que venimos diciendo. Los sectores más conservadores de la
Iglesia Conciliar están haciendo agua. La autora de la CARTA AL PAPA es progre
moderada; se nota que participa en ese IR AL MUNDO pos-conciliar (lo demuestra
su actividad, justamente donde conoció a Bergoglio) pero por otra parte tiene
(aunque manchada por su vaticanosegundismo) pasable doctrina, no Tradicional
que quede claro, pero “zafa”, en términos generales.
Bueno, impresionan las
cosas que cuenta. Bergoglio parece un individuo que toda su vida ha querido DAR
LA NOTA, o LLAMAR LA ATENCIÓN. Esa actitud parece hasta compulsiva. Parece un
“niño terrible”, caprichoso y sobre todo, un TRASGRESOR, ¿recuerda el lector
ese término que estuvo tan de moda hace un tiempo? Bueno, Bergoglio es un TRASGRESOR
que llega con retraso (debe ser por su manía de viajar en colectivo o subte)
Por otra parte el
contenido de la carta es de suma utilidad, porque resume muchas cosas y da una
visión de conjunto y con lo que cuenta del pasado de Bergoglio hace que uno se
haga la siguiente pregunta:
Siendo Bergoglio lo que
muy bien describe la autora de LA CARTA AL PAPA… ¿COMO ELIGIERON A ESTE TIPO?
Error, porque la pregunta
debe ser otra:
Siendo Bergoglio lo que
es: ¿POR CUAL RAZÓN LO ELIGIERON?
Porque ninguno es
inocente. Los señores de escarlata que lo eligieron sabían de quien se trataba.
Algunos más, otros menos.
Nadie que tenga en su
cabeza al menos dos gramos de sustancia neuronal puede negar que lo que se hace
en Roma es absolutamente planificado; cada paso que se da lleva mucho tiempo de
análisis, y las decisiones no se toman a las apuradas ni de un día para otro.
Esto se aplica también a
la renuncia de Ratzinger, sea que haya sido por los motivos que él alegó en su
momento o sea que haya sido por amenazas de muerte, o presiones, o simplemente
para dar cumplimiento con las exigencias del verdadero poder que está detrás de
toda la jugada.
Preferimos hacernos otro
tipo de preguntas y no las que se inducen.
Hay una pregunta que todos
debemos hacernos, ¿CUAL ES EL PODER QUE REALMENTE CONDUCE LA IGLESIA CONCILIAR?
La respuesta no es fácil ni sencilla.
Todo aquel que haya leído
“Los Papeles de Benjamin Benavidez” recordará que el P. Castellani refuerza en
muchos pasajes esa idea de que algunas personas tienen conocimientos que no son
pa´ cualquiera, que son de un tremendo peso para el alma que los tiene, y que
necesariamente todo aquel que carga con ellos, por ese solo motivo carga una
pesadísima Cruz.
También se recordará que
“Don Benya” parece un loco; un atormentado. En realidad es alguien que percibe
(como solo los santos o aquellos a quien Dios les da ese don que más que un don
parece un castigo) realidades que escapan al común de los fieles.
Eso mismo, está pasando
hoy; pero la inmensa mayoría no puede verlo.
Volviendo entonces a la
pregunta,”Cuál es el verdadero poder que conduce a la Roma actual” vamos a
decir lo que sabemos:
Algunos lo suponen. Otros
lo imaginan. Otros se debaten en la duda.
Una vez leída la CARTA AL
PAPA, nos parece importante hacer una breve reflexión. Nada dice la autora que
no se hubiera ya dicho. Pero no lo está diciendo un tradicionalista, ni un
sedevacantista, ni un lefebvrista o integrista. Bergoglio ha ido mucho más allá
de lo esperable. Muy rápidamente. Y esto es posible porque Bergoglio es quien
es.
Para eso fue elegido. Para
hacer rápidamente lo que hizo hasta ahora y que no terminará aquí, por
supuesto.
Terminamos recordando la
pregunta: “¿Cuál es el verdadero poder que conduce a la Roma actual?”
Algunos lo suponen. Otros
lo imaginan. Otros se debaten en la duda. Pero hay también unos pocos, muy,
pero muy pocos que lo saben perfectamente.
Y de esos, hay a ambos
lados de la línea que separa a los fieles de los apóstatas y traidores.
visto en RadioCristiandad