Todo hombre es pecador y tiene que reconocerlo
La liturgia tradicional, tal como la Iglesia nos la ha transmitido a lo largo de los siglos, es una escuela admirable de humildad. Lo vemos en los gestos y las acciones; las postraciones, las genuflexiones y las inclinaciones son manifestaciones de nuestra humildad y de nuestra reverencia hacia Dios en primer lugar.
La primera epístola de San Juan es muy clara sobre este particular: “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos y la verdad no esta en nosotros. Si reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es El para perdonarnos los pecados y purificarnos de toda injusticia. Si decimos que no hemos pecado, le hacemos mentiroso y su Palabra no esta en nosotros. Hijitos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo. El es victima de propiciación por nuestros pecados, no solo por los nuestros, sino también por los del mundo entero”. (1 Juan 1,8-2,2)
Santo Tomás se pregunta si tenemos que recordar que somos pecadores. ¿Por que recordarnos que somos pecadores? ¿No es mejor olvidarlo? Santo Tomás contesta: no tenemos que recordar los pecados concreta e individualmente sino recordar nuestro estado de pecadores.
Tenemos que recordarlo siempre. Incluso las almas más perfectas siempre han reconocido que eran pecadoras. Sentían en su naturaleza todas las consecuencias del pecado. Sufrían a causa de ello y siempre les era una razón para ser más fervorosas, para ser más contemplativas de la Pasión de Nuestro Señor y para estar más unidas a su Cruz para ser más perfectas. Es lo que vemos en la vida de los Santos –siempre se han considerado pecadores.
-“Pero finalmente es algo exagerado… ¡no eran tan pecadores!”
Durante toda la misa, las oraciones nos recuerdan que somos pecadores, de modo que tenemos que pedir las gracias a Dios y su misericordia sobre nosotros.
La virtud que tenemos que tratar de alcanzar y que nos aconsejan mucho las oraciones de la Santa Misa es la contrición interior que los antiguos autores espirituales llamaban la compunción. La compunción es la contrición habitual que consiste en tener siempre nuestro pecado ante los ojos. “Mi pecado esta siempre ante mi, decimos en el salmo Miserere (Salmo 50)
No es algo que nos rebaje. No creemos que la Iglesia nos pida estas virtudes para rebajarnos, sino para nuestra santificación y para ponernos en la realidad de la vida espiritual. Don Marmion, siguiendo a Santo Tomas, nos lo dice muy bien: el que vive en ese estado de compunción habitual evitara muchos pecados, porque este arrepentimiento continuo del pecado y esta actitud interior ante el estado de pecado en que estamos nos aleja evidentemente de el. Si nos arrepentimos del pecado y si tenemos horror de el y por consiguiente, tenemos ese sentimiento y ese instinto, diría yo, de desprecio y de rechazo del pecado. Creo que son actitudes interiores muy favorables para nuestra vida espiritual y que favorecen el ejercicio de la caridad, porque no hacemos penitencia por hacer penitencia; Dios y la Iglesia nos piden que hagamos penitencia para hacernos practicar la caridad, para destruir en nosotros todo lo que hay de egoísmo y de orgullo, y todo lo que hay de vicios que oprimen en cierto modo nuestro corazón y nos encierran en una pequeña torre de marfil.
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