Supplices te rogamus, omnipotens Deus…
Estas ofrendas serán llevadas al altar de Dios por manos de su santo ángel. El ángel, el mensajero, es Nuestro Señor Jesucristo mismo, pues en la misa se convierte en el mensajero ante su Padre para que derrame su gracia sobre nosotros.
Desde que Nuestro Señor esta sobre el altar después de las palabras de la consagración, no puede sino orar por nosotros a su Padre para que nos conceda todas las bendiciones que necesitamos. Nuestro Señor no esta allí para si mismo. Él está en el Cielo; no viene a nuestros altares por su interés personal, sino por nosotros. Él es el gran orante, el que dirige nuestras suplicas a Dios para abrirnos las puertas del Cielo. Por consiguiente, tenemos que aprovechar su presencia ante nosotros y procurar asistir al Santo Sacrificio de la Misa, persuadidos de que recibimos muchas gracias, aun si no comulgamos, y con mayor razón si lo hacemos. Esta es la razón por que la Iglesia pide que asistamos al Santo Sacrificio de la Misa a lo menos todos los domingos.
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