Este blog no tiene actualizaciones, y se lee hacia atrás, solo es una recopilación de distintas publicaciones de otros blog expertos en estos temas... las publicaciones no son mías... Y me atrevo a publicarlas para que conozcas la Bimilenaria tradición de la Iglesia.

miércoles, 8 de junio de 2011

Oficio de Tinieblas

El oficio de Tinieblas no es otra cosa que las oraciones de maitines y laudes del Jueves, Viernes y Sábado Santo, anticipados a la víspera correspondiente, al acercarse las tinieblas de la noche, para que pueda asistir a ellas aun el pueblo trabajador.


Se trata del mismo rezo de la Liturgia de las Horas (invitatorio, laudes, vísperas y completas) que se hace todos los días del año a la mañana, tarde y noche.

Este Officium Tenebrarum, se cantaba no sólo el Miércoles Santo por la tarde (maitines y laudes del jueves), sino también el Jueves Santo y el Viernes Santo por la tarde (maitines y laudes del Viernes y del Sábado respectivamente).

El oficio del Miércoles Santo recorre la Pasión entera del Señor; y el del Jueves Santo insiste sobre su Muerte y su larga Agonía; y el del Viernes Santo celebra sus Exequias y su Sepultura.

Este oficio presenta casi todas las características de un funeral: salmos, antífonas y responsorios lúgubres y lamentables, ningún himno, ninguna "doxología"; tonos severos y sin acompañamiento de ningún instrumento músical; altares desnudos, salvo los cirios y con velas amarillas, como si fueran catafalcos, las imágenes cubiertas y al fin, casi absoluta oscuridad, y el canto grave del "Miserere".

El conjunto literario es de lo más bello y sublime que atesora la liturgia, y lo mismo podemos decir de la parte musical.

Las Lecciones del I Nocturno están sacadas de los "Trenos" o "Lamentaciones" de Jeremías, por cuya boca deplora la Iglesia, con acentos desgarradores, la ruina y desolación de Jerusalén, es decir, de la humanidad prevaricadora; y para imprimir a sus quejas un sentimiento más hondo y penetrante, ha revestido la letra de estos trenos con una melodía plañidera y melancólica, muy parecida, si es que no es la misma, a la que cantan los judíos.


En este oficio todas las luces del templo han de estar apagadas y en el presbiterio debe haber un tenebrario o candelero triangular con 15 velas o cirios amarillos escalonadas, siete a cada lado y una en el vértice, que representan a los 11 apóstoles que permanecieron tras la traición del Iscariote, las tres marías (María Salomé, María de Cleofás y María Magdalena) y a la Virgen María, en la persona de un cirio más destacado que los otros.


Los cirios se van apagando uno tras otro y de modo alternativo, de derecha a izquierda y de abajo a arriba, todas las velas, excepto la del vértice, al final de cada salmo de maitines y laudes, empezando por el ángulo derecho inferior, para que al final quede encendido sólo el cirio más alto y que más destaca, al acercarse la muerte del Redentor (los apóstoles lo fueron abandonando y el templo va quedando en tinieblas, por eso el nombre del Oficio). Éste cirio se deja encendido.

Mientras se canta el "Benedictus" apáganse también las velas del altar, y el templo queda casi en completa oscuridad, máxime cuando, durante el "Miserere" final, a la única vela encendida del tenebrario se la oculta detrás del altar.

Al llegar al último cirio, se canta el Miserere y el cirio se sitúa en la parte posterior al altar ocultándolo, simbolizando la entrada de Jesús en la sepultura y la permanencia de la Iglesia en espera de la Luz que surgirá en la Vigilia Pascual.

Terminado el "Miserere" el clero y todos los feligreses provocan un gran estruendo en el templo con sus carracas y matracas, que cesa dramáticamente al aparecer la luz del cirio oculto detrás del altar, para simular las convulsiones y trastornos naturales ("hasta las piedras hablaron") que sobrevinieron en la naturaleza al morir Jesucristo Salvador.

“La matraca es la traducción de aquel alarido angustioso que lanzó la tierra entera, cuando Cristo Nuestro Señor expiró en la Cruz”


 Todos estos detalles un tanto dramáticos tienen su significado. El apagamiento sucesivo de las velas del Tenebrario y del altar, recuerda el abandono y defección casi general de los discípulos y amigos del Señor, al tiempo en que era atormentado por los judíos. La, única vela encendida representa a Jesucristo. Se le oculta tras el altar, para significar su sepultura y su desaparición momentánea de este mundo, reapareciendo con nuevo brillo el día de su Resurrección. El ruido final imita las convulsiones y trastornos que sobrevinieron a la naturaleza en el trance de la muerte del Salvador.

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