Muchos de los Padres Conciliares, quizás la mayoría de ellos, llegaron a Roma para la primera sesión del Vaticano II sin ninguna idea clara sobre por qué estaban allí y sin ningún plan definido de lo que tratarían de realizar.
Escribe el Cardenal Heenan: “Mirando hacia atrás es fácil ver qué poca preparación psicológica tenían los obispos para lo que sucedió durante la primera sesión. La mayoría de nosotros llegó a Roma en octubre de 1962 sin ninguna idea sobre la tendencia anti-italiana de muchos europeos... La gran mayoría de los Padres Conciliares compartía la ilusión de Juan XXIII de que los obispos del mundo se habían reunido como hermanos en Cristo para un encuentro breve y amable.
El Obispo Lucey de Cork y Rose (Irlanda) ha escrito que “algunas jerarquías llegaron al Concilio sabiendo lo que querían y habiendo preparado el camino para conseguirlo, y otras vinieron a tientas”
Sobresalían entre aquéllas que sabían lo que querían las jerarquías germanas, holandesas y francesas. Hasta se había anunciado antes del Concilio que en esos países había presión:
-En pro de una modernización de las formas en que la Iglesia afronta sus problemas internos
-Algunos grupos agitaban abiertamente en pro de una reorganización, cuando no abolición, de la Curia Romana.
-Otros querían cambios en las leyes y reglamentos referentes al matrimonio y la educación, la misa, los sacramentos, las ceremonias litúrgicas, los procedimientos inquisitoriales y condenatorios del Santo Oficio, el hábito clerical, la pompa inadecuada de los ornamentos episcopales y una redefinición de los derechos y prerrogativas de los obispos y de los laicos en la estructura eclesial.
La medida en que esos objetivos se han logrado es el hecho más evidente de la vida en la Iglesia post-conciliar. De hecho, la facilidad con que se consiguió la victoria total sorprendió inclusive a los progresistas mismos. “Habían venido a la primera sesión del Concilio con la esperanza de ganar algunas concesiones. Retornaron conscientes de que habían obtenido una victoria completa. Y estaban seguros de que aún seguirían innumerables victorias más”
En un discurso ante el panel de prensa de los obispos norteamericanos, al finalizar la primera sesión, el peritus (perito) suizo Padre Hans Küng “proclamaba con júbilo que lo que fuera el sueño de un grupo de avant-garde en la Iglesia había “proliferado e impregnado toda la atmósfera de la Iglesia, gracias al Concilio”
Uno de los objetivos clave de la avant-garde europea (tal vez “obsesión” fuera un término más adecuado) había sido reemplazar el verdadero concepto de ecumenismo católico, tal como lo expresó Pío XI en Mortalium Animos, por una política de “unidad a cualquier precio”.
Cuando empezó el Concilio, la atmósfera en Alemania quedó muy bien resumida en una carta del Padre F. J. Ripley, uno de los más conocidos sacerdotes británicos, al periódico The Tablet. Prevenía contra “el deseo, ahora evidente en Alemania, de presentar los misterios católicos en términos tradicionalmente asociados con el protestantismo”. A muchos visitantes de Alemania les han chocado recientemente algunos elementos de la nueva corriente.
Un eminente australiano le preguntó a un párroco:
-¿cómo fomentaba las visitas al Santísimo Sacramento entre sus fieles?, (ya que lo había relegado del altar principal a una oscura capilla lateral)
-No lo hago - contestó.
Quienes hablaron conmigo después de haber visitado Alemania han quedado perturbados, por decirlo con suavidad, ante lo que han presenciado allí. Como dijo otro sacerdote: "Hablan de barrer con los aditamentos inútiles de la liturgia, pero en realidad atacan los desarrollos perfectamente legítimos que han ayudado tanto a la piedad de los fieles" Pío XII nos previno contra esto en Mediator Dei
Otro visitante, sacerdote norteamericano, resumió así sus impresiones como estudiante en Alemania: "Creo que han declarado guerra total a la tradición".
Y no sólo se limita a la liturgia.
· Algunos modernistas hablaban de "la trágica definición de la Asunción", que casi llegó a ser el "golpe mortal para el movimiento ecuménico".
· Otros quieren que se abandone la referencia a la tradición como fuente de la revelación.
· Y junto con todo eso el premeditado rechazo a tratar de hacer conversiones individuales, con la excusa de que la obra de conversión impedirá el avance hacia la unidad:
De nuevo una inversión de la política práctica de la Iglesia desde los tiempos apostólicos
Es importante destacar que esta carta fue publicada en 1962 y escrita sin el beneficio de un balance retrospectivo. No es necesario destacar hasta dónde ha llegado a extenderse por Occidente la situación que el Padre Ripley describía como existente en Alemania en 1962, y que algunas prácticas que él criticó entonces como aberraciones se nos recomiendan hoy por el Vaticano. La Instrucción General de la Nueva Misa recomienda, y recomienda con toda energía, "que el Santísimo Sacramento sea conservado en una capilla especial separada de la nave, adecuada para la oración particular"
Y en ciertos aspectos Inglaterra le lleva ventaja a Alemania, ya que católicos y anglicanos no sólo comparten las mismas iglesias sino hasta el tabernáculo común.
El Cardenal Heenan ha explicado lo desprevenido que estaban los obispos británicos y norteamericanos sobre el grado de infección de muchos de sus colegas europeos con lo que él más tarde llamó "ecumanía".
Escribe: "No sabíamos lo que pensaban los holandeses y no estábamos de ningún modo preparados para el posterior descubrimiento de que algunos católicos holandeses habían convertido al ecumenismo casi en una religión. En su impaciencia ante las diferencias dogmáticas estaban dispuestos a traficar con cualquier doctrina en nombre de la unidad externa. Cuando se instaló el Secretariado para la Unidad Cristiana hubo no menos de cuatro miembros holandeses. Esto no pareció importante en ese momento, porque el resto de la Iglesia estaba ajeno al enorme cambio religioso de Holanda desde la guerra."
Mirando hacia atrás, resulta completamente claro que los obispos de habla inglesa no estaban de ningún modo preparados para la clase de Concilio que planeaba el resto de los nórdicos europeos. Los americanos estaban aun menos preparados que los británicos. No tuvieron absolutamente ninguna participación en la primera sesión, que en gran parte resultó una batalla de ensayo entre las ideas teológicas antiguas y las nuevas.
Pronto se vería que el Cardenal Heenan había elegido bien una metáfora bélica, porque lo que tuvo lugar fue una batalla. Al reseñar uno de los primeros libros sobre el Concilio que aparecieron, un sacerdote inglés, el Abad Butler (ahora obispo), lo criticaba por "no transmitir, al que no estuvo presente en esos debates fatídicos, lo apasionado del drama que se estaba desarrollando". El Dr. John Moorman, que encabezaba la delegación anglicana, afirma que los observadores se percataron que durante el Concilio "hubo una verdadera división entre los Padres, una profunda sensación de que se estaban enfrentando dos grandes fuerzas y de que no se trataba de un choque de opiniones, sino de sistema y hasta de moral".
La táctica que usaron los alemanes y sus aliados puede describirse bien comparándola con una técnica que introdujeron en los métodos bélicos: la Blitzkrieg. Destruían y desmoralizaban a sus adversarios una y otra vez utilizando eficientemente los métodos de grupos de presión en uso en las ofensivas políticas. Resulta dudoso que ninguna jerarquía, fuera de la alemana, hubiera tenido la eficiencia, la organización y los recursos necesarios para iniciar y sostener semejante campaña.
Los obispos intervinientes habían juzgado correctamente que la Iglesia atravesaba un período crucial de su historia y, al menos de que haya una concreta evidencia en su contra, debemos presumir que los movía la convicción sincera de que su actitud constituía lo mejor para la Iglesia.
Los propulsores del neo-modernismo a que se refería Pablo VI, se hallaban mayormente entre los periti (expertos) y no entre los propios obispos. Los documentos conciliares no fueron tanto obra de los obispos que los votaron, como de los expertos que los redactaron, y muchos de aquellos obispos se contentaron con obrar como sus meros portavoces. Algunos de estos periti habían sido sospechosos de heterodoxia durante el reinado de Pío XII. Su encíclica Humani Generis muestra con cuánta claridad apreciaba ese gran pontífice la creciente amenaza y la fuerza de la quintacolumna neomodernista dentro de la Iglesia. Muchos de los periti se han vuelto famosos después del Concilio por su oposición a las enseñanzas católicas sobre distintos puntos de fe y moral, como el caso de Charles Davis (que ha apostatado formalmente), Hans Küng, Gegory Baum, Edward Schillebeeckx, Bernard Häring y René Laurentin.
Otro factor de gran importancia para aquilatar la conducta de la mayoría de los Padres conciliares reside en que probablemente la mayoría de los que apoyaban a los obispos alemanes lo hizo porque parecía elegante hacerlo, porque todos parecían seguir esa línea. Hubo una vez una canción popular, Everybody's doing it! Cuando todos hacen algo, parece normal hacerlo también; y aun aquéllos que han sido consagrados obispos siguen siendo demasiado humanos en muchos aspectos, como lo podrá confirmar cualquier historiador de la Iglesia. Si una tendencia comienza a triunfar, se necesita mucha fuerza de carácter para no unirse a ella. Escribió un Padre norteamericano, al darse cuenta de las cosas después de haber sucedido: “Cuando llegó el momento de votar, como el prudente Sir Joseph Porter, KCB, “siempre votamos lo que el partido ordenó, nunca creímos en pensar por nuestra cuenta”. De esa forma se evitan muchos problemas”.
Por otro lado, sería poco realista no reconocer que debe haber habido algunos Padres conciliares muy conscientes del rumbo que tomaría la Iglesia con la actitud que ellos apoyaban y que estaban contentos de cooperar con los periti porque compartían su perspectiva teológica.
Las sesiones de trabajo del Concilio se llamaron Congregaciones Generales. La primera de ellas se celebró el 13 de octubre de 1962. Monseñor Lefebvre escribe:
El Concilio estuvo sitiado desde el primer día por las fuerzas progresistas.
Lo sentíamos, lo palpábamos, y cuando digo “nosotros” me refiero a la mayoría de los Padres conciliares en ese momento. Estábamos convencidos de que algo irregular estaba sucediendo en el Concilio.
El Cardenal Heenan agrega:
Apenas hubo empezado la primera Congregación General cuando los obispos nórdicos entraron en acción.
Su objetivo fue lograr el control de las diez comisiones conciliares, lo que significaría el virtual control del Concilio mismo.
Después de la misa con la que se inauguró la primera Congregación General, cada Padre recibió tres folletos impresos. El primero contenía una lista de los padres candidatos para las elecciones de las diez comisiones; el segundo registraba todos los que habían tomado parte en las reuniones preparatorias; el tercero contenía diez páginas, una para cada comisión. Había dieciséis lugares en blanco en cada página para que cada Padre los completara con los nombres de sus candidatos para los dieciséis cargos elegibles en cada comisión. Las comisiones constarían de veinticuatro miembros en total, ocho de los cuales serían nombrados por el Papa.
Los obispos alemanes advirtieron que si los Padres votaban sobre la base de una lista general que contuviera todos los nombres de los candidatos elegibles, sería difícil llegar a controlar las comisiones. Decidieron que les iría mucho mejor si cada jerarquía adelantaba una lista de candidatos de sus propias filas para cada comisión. Eso significaría que, más que votar a un candidato por sus méritos individuales, lo harían por uno considerándolo representante de una jerarquía o de un grupo de jerarquías. Los alemanes estaban en posición de formar el bloque más numeroso y de asegurarse la elección de una cantidad apreciable de candidatos (no necesariamente de habla germana), que simpatizaban con sus actitudes. El plan para asegurar la realización de este procedimiento se adoptó en una reunión en la casa del Cardenal Frings, en Colonia (Alemania), en la que se decidió utilizar a un Padre no alemán para presentar las propuestas y el Cardenal Liénart, presidente de la conferencia episcopal francesa, estuvo en todo de acuerdo.
Cardenal Lienart |
El Cardenal Heenan describe lo que sucedió en la Primera Congregación General después de que se distribuyeron los tres folletos; “El Cardenal Liénart, obispo de Lille, se levantó para hacer un discurso de protesta. Dijo que sería absurdo votar de inmediato para los miembros de las comisiones, porque todavía los Padres no se conocían entre ellos. Sería mucho más prudente y justo dar tiempo a que los obispos intercambiaran opiniones y analizaran los méritos de los candidatos propuestos. Si se votaba de inmediato, los obispos estarían votando por hombres de los que no conocían ni los nombres. Las cualidades y valores individuales de cada obispo no son conocidos por lo general fuera de su país de origen. El Cardenal propuso que las distintas jerarquías consideraran qué talentos podían ofrecer y luego pasaran a las otras jerarquías los nombres de los candidatos más favorecidos.
Cardenal Frings |
Tan pronto como el Cardenal Liénart se hubo sentado, su amigo alemán, el Cardenal Frings, arzobispo de Colonia, se levantó para apoyar la propuesta. Esto provocó un sostenido aplauso de los Padres que evidentemente creyeron que el Concilio se había salvado del desastre. La reacción de los obispos fue inequívoca y el Secretario General creyó superfluo poner a votación la moción del Cardenal Liénart. La primera Congregación General del Segundo Concilio Vaticano se suspendió después de quince minutos exactos.
Ciertamente, ¡tácticas de Blitzkrieg!
El Cardenal Heenan también reveló que al preparar las listas “los obispos del norte actuaron de acuerdo desde el principio y estuvieron en contacto frecuente con sus hermanos ingleses”.
Henri Fesquet, corresponsal de asuntos religiosos del periódico francés Le Monde, fue uno de los periodistas liberales que desempeñaron un papel importante en preparar a los Padres conciliares y al público católico, para aceptar la ofensiva liberal, proceso que se describirá en detalle en el capítulo VII. En su libro Journal du Concite describe esos sucesos como un “ejercicio de demolición” (entreprise de démolition) por un grupo de “obispos de mentalidad moderna” (évêques avancés). Confirma que “sólo se necesitaban dos o tres obispos para modificar de manera bastante apreciable la marcha del Concilio”.
Las metáforas militares que utilizaron algunos comentaristas citados en este capítulo, se ven justificadas ampliamente por el comentario jubiloso de un obispo holandés que gritó a un amigo al salir de San Pedro: “Ésta fue nuestra primera victoria”. El espíritu con que habían concurrido los liberales al Concilio se hizo evidente; la mentalidad partidista, la actitud de “nosotros contra ellos” ya era manifiesta. Comentarios semejantes hicieron los Padres liberales al salir de San Pedro después de otra “victoria” y fueron recogidos con gran entusiasmo y aprobación por Robert Kaiser: “Han caído las más claras, el compañero jefe [el Cardenal Bea] los tiene agarrados, y yo también.”
Cardenal Bea |
Los obispos alemanes habían preparado el terreno para la victoria al persuadir al Concilio de que aceptara sus propuestas de miembros elegibles para las comisiones, pero para conseguir la victoria era necesario que esos candidatos fueran elegidos. Para seguir con la analogía de la Blitzkrieg, los Stukas ya habían hecho su parte: era hora de que avanzaran los Panzers.
Escribe el Cardenal Heenan: “Entonces empezó el tan conocido proceso de intrigas”. El 13 de octubre de 1962 registra en su diario que recibió la visita del obispo de Brujas (Bélgica), que llegó como emisario de los obispos alemanes. Le dio al entonces arzobispo Heenan algunos nombres que los alemanes, holandeses y belgas pensaban respaldar y le explicó que “se estaba confeccionando una lista final en una reunión en el Anima College (casa alemana de estudios), presidida por el Cardenal Frings. Esta lista estaría completa a las 9 del día siguiente. Mientras tanto, se habían dado varios nombres y se esperaba que la lista fuera bastante internacional. Atraería el voto de los misioneros, ya que el Congo tenía muchos obispos belgas”.
Monseñor Lefebvre registró la estupefacción de los Padres cuando el 14 de octubre recibieron una lista impresa de candidatos que contenía nombres a los que la mayoría de ellos no conocía ni de oídas, pero a quienes votaron en su momento. “Los que prepararon las listas conocían muy bien a esos obispos: resulta innecesario decir que tenían todos la misma tendencia”.
El Cardenal Heenan reconoce que “aunque se hubieran empleado todos los momentos libres para ello, resultaba imposible conocer bastante sobre las dieciséis personas de cada comisión. Por lo tanto, no se pudo evitar que los obispos votaran algunos candidatos de los que no conocían más que los nombres”.
Las maniobras que precedieron la ofensiva liberal a las diez comisiones han sido documentadas en detalle en The Rhine flows into the Tiber, el autorizado estudio del Padre R. M. Wiltgen. Esta obra es, ciertamente, el relato más objetivo y completo acerca del Concilio que se haya escrito hasta el momento, y después de dos ediciones de 9.000 ejemplares se halla agotada en inglés. Se había asegurado que las autoridades de Roma acapararon ejemplares para impedir que se difundiera, pero el P. Wiltgen lo ha negado en una carta del 15 de mayo de 1975 dirigida a la Sociedad pro Misa Latina de Australia.
El Padre Wiltgen explica en su obra cómo el grupo del Rin, a saber, los obispos alemanes y sus aliados, pronto abarcó a los obispos de Alemania, Austria, Suiza, Holanda, Bélgica y Francia. Un obispo holandés de una diócesis africana fue el instrumento que organizó la lista de obispos del África francesa e inglesa y la puso a disposición del grupo del Rin, asegurándole así muchos más votos. Los obispos liberales de otros países fueron comprometidos como candidatos o partidarios. Para asegurar la representación del grupo del Rin en todas las comisiones, se manipuló una selecta lista de 109 candidatos de los que, con un éxito que excedió todo lo esperado, resultaron electos 79. Y cuando el papa nombró sus propios candidatos para alcanzar el número de veinticuatro en cada comisión, incluyó entre ellos a ocho candidatos más del grupo del Rin. Ocho de cada diez candidatos propuestos por la alianza europea, como se llamó al grupo del Rin, obtuvo un lugar en las comisiones. En la comisión litúrgica la alianza obtuvo doce de los dieciséis cargos. Esto se sintetizó en una mayoría de catorce a once después de los nombramientos papales.
Escribe Wiltgen: “Después de esta elección, resultó fácil prever qué grupo estaba suficientemente organizado para obtener el dominio en el Segundo Concilio Vaticano. El Rin había empezado a desembocar en el Tíber”. Este éxito se había obtenido gracias a que, a diferencia de otras jerarquías, “la alianza pudo operar eficazmente porque sabía de antemano lo que quería y lo que no quería”
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